El estar presentes nos permite disfrutar a plenitud los regalos sutiles de la vida: una caricia, una risa, una mirada silenciosa, y como si fuera poco, nos otorga el control de nuestra existencia. Porque al habitar el presente de forma consciente, percibimos con más claridad lo que ocurre dentro y fuera de nosotros. Y cuando esa percepción se afina, se vuelve poder. Poder para accionar con inteligencia en vez de reaccionar con torpeza. Poder para elegir cómo responder ante lo que el mundo nos lanza, en vez de ser víctimas de nuestros impulsos.
Hay una diferencia abismal entre vivir la vida y simplemente reaccionar a ella. El primero es un arte, el segundo, una cadena de automatismos.
En medio de aquella experiencia de respiración compartida y silencio intencional, una frase irrumpió en mi mente con una fuerza tal que no pude ignorarla. De hecho, desde ese instante no dejé de pensar en ella. Esperé con ansias el momento de estar frente a mi computador, dispuesto a convertir esa epifanía en palabras que nacieran desde lo más hondo de mi ser.
No se mencionó el autor. No hizo falta. La frase tenía vida propia:
“No eres tus pensamientos, sino el ser que los observa.”
¡Qué afirmación tan liberadora! ¡Qué invitación tan directa a regresar al centro, a ese lugar donde todo está en calma y nada nos arrastra! Esta frase, por sencilla que parezca, encierra una verdad monumental. Porque nos recuerda que la mente no es nuestro amo. Es nuestra herramienta. Una herramienta valiosa, sí, pero que debe estar a nuestro servicio, no nosotros al servicio de ella.
Nuestra mente habita en nosotros, pero no nos define. Ella nos propone pensamientos, pero somos nosotros, el observador consciente, quienes decidimos qué aceptar, qué soltar, y qué transformar.
Y es justo ahí, en ese instante de lucidez, donde comienza la libertad que transforma nuestras vidas de una manera trascendental.
Johan Japhet Febrillet P.